Encerrados en nuestra burbuja de placeres y en nuestra pequeña realidad individual, no somos conscientes de que la realidad social, el bien común y las virtudes públicas que permiten el desarrollo justo y correcto de la sociedad, se ven hoy plenamente amenazadas y agonizantes
Después de muchos agravios a la nación española, los franceses pretendían sacar al último infante del Palacio Real, Francisco de Paula. El acontecimiento más insospechado sirvió al pueblo de Madrid para levantarse definitivamente contra el invasor francés y las tropas napoleónicas, que tiempo llevaban ofendiendo al pueblo español, desamparado y traicionado por sus élites. Después del grito “¡Que nos lo llevan!” y tras las cargas de un batallón de granaderos, los madrileños encendían la mecha de una revuelta popular que rápidamente se extendió por toda España y que desembocó en una guerra contra el invasor, el ejército de la nación más poderosa de aquella época, que terminó siendo vencido y expulsado. Esta historia del 2 de mayo puede servirnos como un ejemplo de ese carácter reservado del pueblo español, que aguanta afrentas e ignominias durante largo tiempo, permitiendo el acorralamiento y la desvergüenza por parte de sus enemigos, pero que furiosamente se revuelve cuando ve tambalearse los cimientos que sustentan la esencia de España.
Atraviesa nuestra patria momentos de inquina y pesadumbre, y la desidia de los españoles, enfermedad actual de nuestra sociedad, parece ser el mejor aliado de los que quieren desmontar España. El gran problema de nuestro tiempo y que convierte la situación actual en excepcional, es ese hastío de la sociedad española que conduce a las personas a aceptar cualquier atropello contra nuestras libertades siempre y cuando podamos seguir disfrutando de nuestros placeres más básicos. Decía Juan Manuel de Prada en una entrevista ofrecida en “A la de tres” que mientras el hombre moderno tenga un pisito en alquiler, Netflix y un patinete eléctrico, es feliz. Y siendo “feliz” y sintiéndose satisfecho, no es consciente del recorte absoluto y el atropello pernicioso de sus libertades fundamentales. Por ello, aunque resulte tentador pensar que como en otro tiempo el acontecimiento más insospechado hará que el pueblo español se levante contra unos gobernantes que no nos conducen más que a la destrucción definitiva de la España que un día conocimos, intentando con ello esperanzar a los corazones más románticos, debemos ser conscientes de las enfermedades que aquejan a nuestra sociedad para remediar los males. Y cuesta creer que, con una sociedad tan anestesiada y acostumbrada a la mentira de sus políticos, España se levantará y dirá basta a los que actualmente quieren acabar con ella. El problema de que las élites económicas, culturales e intelectuales participen de la mentira y el engaño o lleguen incluso al punto de alinearse con el gobierno (véase a los “artistas” y escritores de media pluma reunidos en un auditorio “Por la decencia democrática”) no es un problema nuevo en España y de nada ha de extrañarnos. El gran problema actual es la desidia y el hastío, la pereza y la despreocupación tangentes en nuestra sociedad. Encerrados en nuestra burbuja de placeres y en nuestra pequeña realidad individual, no somos conscientes de que la realidad social, el bien común y las virtudes públicas que permiten el desarrollo justo y correcto de la sociedad, se ven hoy plenamente amenazadas y agonizantes. Por ello, aunque intentemos mirar el pasado con ojos de esperanza en busca de algún acontecimiento histórico como los hechos acaecidos el 2 de mayo que irradien luz sobre la realidad actual que atraviesa nuestro país, no puedo evitar preguntarme… ¿esperanza o ilusión? El tiempo lo dirá. Mientras tanto, desde nuestra realidad personal y específica, combatamos como podamos.
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