Diría yo que, en un intento de congeniar la idea del Estado nación con la visión folklórica de la patria, gentes de la derecha de muy buenas intenciones caen en el error de un nacionalismo tan negativo como degradante.
Precisamente después de escribir sobre la unidad de España y la Constitución, veía por Twitter (ahora X) una intervención de Juan Carlos Girauta en una mesa de debate con el exdiputado de Vox en el Congreso de los Diputados Víctor Sánchez del Real que, pese a tener unos meses, parece que se ha viralizado hará cuestión de unos días. Se discutía en aquella mesa sobre el futuro de la derecha en España. Al final de la intervención por parte de los ponentes, como siempre suele hacerse en estos contextos, se proponía a los asistentes lanzar las preguntas que considerasen oportunas. Un joven una pregunta valiente algo incómoda para los voxeros, no porque lo diga yo o así lo crea, sino por la inquietud que mostraron y el nerviosismo visible que se manifestó en el gesto maleducado de Girauta (algo que a bien hizo en señalar el joven que preguntó) y su posterior insulto. La actitud del número tres de Vox a las próximas elecciones del Parlamento Europeo mostraba cierta incomodidad, aunque quiso parecer una persona valiente e intelectualmente superior al joven que le apelaba, optando por irse y abandonando aquel lugar que debió parecerle que degeneraba en delirios apologéticos. Sin embargo, un análisis con mayor profundidad de la situación quizá nos lleve por otros derroteros.
En primer lugar, la actitud de Girauta es inaceptable en tanto que es irrespetuosa y, efectivamente, propia de una persona de malos modales. Reírse cuando una persona hace una pregunta muestra una completa falta de respeto y consideración, pero levantarse a mitad de la intervención y despedirse de los asistentes buscando su complicidad (algo que por desgracia encontró) es una falta a las normas básicas del decoro y el saber estar, un desplante hacia la persona que pregunta y hacia todos los presentes, por mucho que estos lo tomasen a risa. No todo terminó ahí, pues antes de marcharse le dio tiempo al Señor Girauta a mostrar esa actitud propia de esa nueva derecha estrambótica y ridícula que bien invita a la caricaturización de ciertos elementos que se creen “basados”. Como indicaba al comienzo, el joven de forma muy acertada le recordaba que su actitud es bastante maleducada, a lo que el antiguo miembro de Ciudadanos no evitaba responderle con un “no seas imbécil”. Los mismos que lloran cuando un periodista no es respondido por políticos en una clara dejadez de sus funciones y en una ignorancia de sus deberes, son ahora los que no responden a los asistentes a sus conferencias cuando estos preguntan.
Pero más allá de esto, nos interesa de la pregunta y de la reacción la realidad que encierra en cuanto al concepto de patria que maneja el partido Vox, pues se han erigido o han pretendido hacerlo como el mayor de los defensores de España y su unidad. La pregunta del joven que no fue respondida por el Señor Girauta versaba sobre la unidad de España y el papel de la Iglesia en estas cuestiones. Las razones por las que decidió huir de aquella mesa las desconozco, como podrán entender, pero me temo que mucho tendrán que ver con esa apelación directa de la pregunta a la conciencia de quienes, aunque parecen defenderla, niegan la realidad de nuestra patria de forma consciente y consecuente.
La pregunta fue la siguiente: “¿Qué sentido tiene la unidad de España si no es bajo la Iglesia católica?”. Entendiendo todas las discrepancias que pueda haber al respecto, pues no todos comprendemos la realidad de la misma manera, no resulta extraña ni fuera de lugar una pregunta que une los términos unidad y catolicidad, una cuestión que siempre ha acompañado a España y que, aunque muchos quieran o pretendan ignorar, siempre acompañará. Como decía en el capítulo anterior, siguiendo la tradición de grandes autores nacionales como Juan Donoso Cortés o García Morente (podríamos incluir muchos otros, como Vázquez de Mella, Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu o Rafael Gambra, por citar algunos nombres) en la esencia misma de España encontramos su elemento fundamental que es la catolicidad. Esta realidad es una verdad incómoda en una sociedad en la que Dios se ha visto completamente desplazado de la vida pública para relegarlo a la privacidad y a la interioridad de las personas. De ahí que partidos como Vox, que dicen defender la unidad de España y sus raíces católicas, sus tradiciones y costumbres, aunque quizá con buena intención equivocadamente han aceptado un discurso y unos principios que no hacen sino poner de relieve que, aunque conservadores, son hijos de la revolución liberal y de la modernidad.
La Revolución francesa se ha convertido en el mito fundacional de la modernidad (no es casualidad que cuando se hace la división de la historia en diferentes etapas aparezca 1789 como el inicio de lo que se conoce como Edad Contemporánea) ya que todas las ideologías, todos los partidos del espectro político donde las personas buscan ansiosas encajar, beben de la revolución y de los principios (seleccionándolos, eso sí) que estableció. Así, el concepto de Estado Nación nació de este movimiento revolucionario, inspirado por las ideas del contractualismo que ya habían apuntado autores como Locke o Rousseau, acudiendo de esta manera a un “pacto ficticiamente asumido para explicar la formación de las naciones que de hecho existían” como nos indica el profesor José Miguel Gambra en su obra La sociedad tradicional y sus enemigos. De este contractualismo surgirán los constitucionalistas, los cuales depositarán la esperanza de la existencia y la continuidad de la nación en un pacto constituyente y en el acuerdo en cuanto a una serie de principios legales que regirán la existencia de la comunidad política. El problema de esta concepción de la nación, que nada tiene que ver con el verdadero patriotismo, es que los textos legales, como ya se indicó en el artículo anterior, son acuerdos sujetos al tiempo y por tanto al cambio, sujetos a las pasiones y a las ideas de los hombres que los redactan. En definitiva, en tanto que artificiales, son efímeros. Los partidos de la derecha (llámense estos liberales, liberales conservadores o conservadores a secas) son tan hijos de la revolución como los partidos de las izquierdas. Arribando a conclusiones diferentes, parten de premisas que son iguales. Defender la continuidad de España en estos términos, es decir, defender España como un Estado Nación constituido (perdónenme el pleonasmo) por una Constitución, no es más que una quimera que se convierte en un juego de tira y afloja por ver quien es más fuerte y quien consigue imponer su idea.
Por otro lado, y por haber hecho mención de ello, la defensa de España que hacen partidos como Vox desde posturas que dicen proteger las tradiciones propias, no son más que defensas espurias que acaban por convertirse en aquello que el profesor Gambra llamaba el patriotismo folklórico, aquel que defiende la patria en base a una serie de elementos tales como la lengua, las tradiciones, las expresiones artísticas… Detrás de todo ello no hay más que la intención de la diferenciación, de resaltar aquello que nos separa. El problema es que en una tierra tan heterogénea como es esta la española, ello ha conducido a los localismos e “identitarismos”, lo que ha desembocado en nacionalismos centrífugos que amenazan hoy con la desaparición de España. Diría yo que, en un intento de congeniar el Estado nación con la visión folklórica de la patria, gentes de la derecha de muy buenas intenciones caen en el error de un nacionalismo tan negativo como degradante.
Todos los partidos políticos, estén posicionados a un lado u otro del espectro político, confunden la idea de la patria y no defienden la verdad que ella encierra, por ser todos ellos hijos de la modernidad y de la revolución.
Pero cabría preguntarse … ¿Qué es entonces la patria?
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