Volviendo a las palabras de Julián Marías, lo trágico es la aceptación social del aborto. En nuestros días nos hemos vuelto indiferentes a una realidad tétrica y macabra, una realidad que significa la pérdida de casi 100.000 vidas inocentes anualmente en nuestro país.

Hace unas semanas sorpendía una noticia proveniente del país galo: Francia se convertía en la primera nación que introducía el “derecho” al aborto en su constitución. Hace dos días, en España se reconocía el “derecho” al aborto a las menores de 16 y 17 años sin necesidad del consentimiento de los padres.  La agenda contra la vida avanza en toda Europa apresuradamente, normalizando una realidad tan abyecta como deshonrosa.

En 1999 el filósofo español Julián Marías ofrecía una entrevista en el programa televisivo Negro sobre Blanco del escritor Fernando Sánchez Dragó, en la que abordó diferentes temas desde la perspectiva de un hombre de su talla. El gran pensador habló sobre el aborto, dándonos unas claves fundamentales para la comprensión de esta lacra social. Porque, aunque hoy se eleve a categoría de derecho, el aborto no es más que una ruin tergiversación de la realidad que conduce a la aceptación de un crimen como un estadio posible y moralmente aceptable.

Julián Marías señalaba que el aborto es una realidad más de la bajeza humana, el error cometido por una mujer que, desesperadamente, busca una salida equivocada a una situación angustiosa y trágica. Por nuestra naturaleza, pecadora y débil, el aborto como otros crímenes estará siempre presente, así como los asesinatos, el robo, las violaciones… Sin negar la naturaleza del crimen, podríamos aceptar que exista como realidad el hecho de que algunas madres, desconsoladas, decidan tomar esta decisión. No por ello se excusa un hecho que sigue siendo de una gravedad extrema, porque en su naturaleza el acto sigue siendo intrínsecamente malo. Pero podríamos, desde la caridad, virtud cristiana tan denostada en nuestros tiempos, tratar de comprender, acompañar y socorrer a la mujer que en la soledad que acompaña las decisiones más trágicas de la vida decide emprender los caminos del mal. Me vienen a la cabeza las palabras del teólogo y dominico francés Garrigou-Lagrange que consigue con una frase resumir magistralmente la misión de la Iglesia: “La Iglesia es intransigente en los principios porque cree; y es transigente en la práctica porque ama”. Enseñar cuál es el camino, la Verdad revelada, el bien y el mal, sin medias tintas y poniendo, como el programa de Sánchez Dragó, negro sobre blanco, no quiere decir que no pueda comprenderse la debilidad humana y el pecado al que nos conduce nuestra naturaleza viciada en numerosas ocasiones. La Iglesia enseña a través de su Magisterio la Revelación y la Tradición. Por ello es intransigente en sus principios y por ello condena el aborto: porque no atiende a los deseos o inclinaciones del hombre, a sus intrincadas y difíciles argumentaciones que en ocasiones conducen a la justificación de los actos más viles, sino porque atiende a una Verdad revelada. Sin embargo, la caridad, mensaje central del Evangelio, conduce a la Iglesia a acoger a todos los hombres y mujeres que, en su debilidad, cometen el mal y caen en el pecado, ofreciéndoles el mensaje de esperanza que se encarnó en el Hijo de Dios.

La triste realidad es que la secularización de nuestras sociedades, impulsada en ocasiones por los mismos fieles en su acomplejada actitud de querer separar la Iglesia y el Estado completa y radicalmente, proponiendo el impulso de líderes ajenos por completo al primer deber del gobernante, la defensa del bien común, ha conducido a la realidad actual de nuestras sociedades en la que trágicamente hemos visto como el aborto ha sido encumbrado a derecho fundamental de las mujeres, perdiendo por completo el respeto a la vida humana y al misterio de la concepción. Lo que empezó como un derecho solo para ser ejercido por aquellas mujeres en riesgo, así como por malformación del feto y en casos de violación, ha terminado por convertirse en la mayor lacra social, viendo como los casos de abortos se disparan cada año, siendo el 90 % de los abortos “a petición de la mujer”. Es decir, los casos de malformación, riesgo y enfermedad (para los que se contemplaba el ejercicio de este “derecho” en un principio) no representan más que el 10%, sin incluirse ni siquiera en la tabla de datos del Ministerio de Sanidad los casos por violación. Esta realidad nos enfrenta, o por lo menos debería, a una interesante discusión sobre la aceptación del mal, sobre su relativización en distintos casos en los que creemos oportuno “hacer la vista gorda”. Cuando se abre una grieta en una presa, la presión del agua acaba por destruirla. Entreabrir la puerta al mal conduce a su entrada impetuosa.

Volviendo a las palabras de Julián Marías, lo trágico es la aceptación social del aborto. En nuestros días nos hemos vuelto indiferentes a una realidad tétrica y macabra, una realidad que significa la pérdida de casi 100.000 vidas anuales en nuestro país. Incluso el lenguaje utilizado por activistas y defensores de esta lacra nos da ciertas pistas sobre lo siniestro de esta práctica. La utilización constante de eufemismos para referirse al aborto, tales como interrupción voluntaria del embarazo (ahora I.V.T, para decir únicamente tres letras) muestra que se trata de una realidad tan cruda que han de renombrar para que la imagen sobre el hecho cambie y se modifique. Lo llaman interrupción cuando es un proceso que no se puede retomar, que no tiene vuelta atrás; y lo llaman voluntaria cuando es la sociedad la que empuja a las mujeres a abortar. En una sociedad sana, las gentes se volcarían para facilitar, con diferentes medios, la aceptación de una nueva vida y el acogimiento de un nuevo miembro.

La utilización de todos estos eufemismos ha sido el paso previo a la aceptación total del aborto: por un lado, nos alejan de una realidad cruel haciéndonos completamente ajenos a ella, de manera que tomamos decisiones y vertemos opiniones como si fuesen temas que no nos conciernen; por otro, difuminan una realidad que el sentido común conduce al reconocimiento de su vileza. Y así llegamos a la discusión actual, que pretende establecer la edad a la que debe aceptarse el aborto, si debe haber consentimiento o no de los progenitores en los casos en los que las mujeres sean menores, a partir de qué semana puede realizarse… Desplazando por completo del debate la verdad que encierra: el fin de una nueva vida humana.

Abortos realizados según motivo de la mal llamada «interrupción». Fuente: Ministerio de Sanidad – Áreas – Datos estadísticos
Categorías: Pensamiento

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