A pesar de la vasta bibliografía existente sobre la ciudad y su historia, pocos son los que conocen su pasado. Para conocerlo y comprender por qué además de todas las mezquitas podemos encontrar también, por ejemplo, la sede del Patriarca Ecuménico de la Iglesia Ortodoxa o vestigios de la antigua Roma, debemos bucear en la historia y en los orígenes de “la perla del Bósforo”.
El bagaje cultural e histórico de Estambul es el propio de una ciudad que cuenta con más de dos mil años de historia. Caminar por sus calles es toda una experiencia de inmersión en los tiempos pretéritos y en el arte. De sobra es conocida su condición de antigua capital del Imperio Otomano y su mayoría islámica . En el imaginario de todos, incluso de los que no han viajado nunca a la ciudad situada en el Cuerno de Oro, están las imponentes mezquitas donde los minaretes se alzan vigorosos camino del cielo, adornadas con inmensas cúpulas que recogen en su interior magníficos ejemplos de la belleza de la caligrafía árabe y su arte geométrico, muy desarrollados y perfeccionados en el Islam debido a la falta de tradición de pinturas y representaciones humanas, consecuencia de las restricciones por todos conocidas, como bien señala Carlos Paz en su libro Descifrando el Islam. Del arte islámico, podríamos destacar su caligrafía y su arquitectura. Sin embargo, muchos son los sorprendidos al descubrir los mosaicos de Santa Sofía en los que aparecen representaciones de antiguos emperadores, de la Virgen María y del mismo Cristo. A pesar de la vasta bibliografía existente sobre la ciudad y su historia, pocos son los que conocen su pasado. Para conocerlo y comprender por qué además de todas las mezquitas podemos encontrar también, por ejemplo, la sede del Patriarca Ecuménico de la Iglesia Ortodoxa o vestigios de la antigua Roma, debemos bucear en la historia y en los orígenes de “la perla del Bósforo”.
Como muchas de las ciudades que remontan su historia a la antigüedad (véase Roma) Estambul cuenta con unos orígenes que oscilan entre el mito y la realidad. Se dice que sus primeros colonos procedían de Mégara, ciudad griega. Lanzados a la mar en busca de una nueva tierra tras consultar el Oráculo de Delfos, llegaron los colonos griegos al Cuerno de Oro. Rápidamente supieron reconocer la ventajosa localización del asentamiento que fundaron, puerta de entrada al Mar Negro y de salida al Mediterráneo. Los Dioses les habían prometido un lugar frente a la ciudad de los ciegos. Viendo que frente a ellos quedaban los calcedonios, al otro lado del estuario, comprendieron que la nueva ciudad que habían fundado se encontraba en el sitio correcto. Nació así la ciudad de Bizancio, nombre que recibió del primero de sus reyes, quien había comandado la expedición desde Mégara: Bizas.
Desde entonces, la ciudad sería presa de diversos intereses. Persas, griegos, romanos … Se interesarían por el dominio de esta. Dando un salto en la historia, diremos que durante la época romana la ciudad, pese a estar bajo el dominio del imperio, disfrutó de cierta independencia administrativa. Su suerte se terminó cuando fue destruida por el emperador Septimio Severo, el vencedor en el año 197 d.C de la batalla de Lugdunum (actual Lyon, Francia) que puso fin a la guerra civil que estalló tras la muerte de Cómodo, debido a que la ciudad ofreció su apoyo al enemigo del futuro emperador de Roma.
En artículos anteriores vimos las disputas de Constantino I por hacerse con el control total del imperio. En el año 324 d.C vencía a Licinio y conseguía la reunificación de Roma. Tras la victoria, Constantino se lanzó a la reforma de Bizancio, ciudad que acabaría bautizando como la Nueva Roma y a la que enriqueció abundantemente. Comenzaba así una época de esplendor para la ciudad que acabaría por conocerse como Constantinopla, la ciudad de Constantino.
Doscientos años más tarde, con el imperio dividido de nuevo y habiendo caído la parte occidental (476 d.C) el emperador Justiniano I empezaba la construcción de Santa Sofía en el lugar donde se habían localizado previamente otros templos. La construcción de esta sorprendió a los contemporáneos por la rapidez con la que se erigió (apenas seis años de construcción), por la cantidad de recursos utilizados y por su robustez arquitectónica. El historiador del Imperio Bizantino Procopio de Cesárea (500-560) describió asombrado como se trajeron materiales de diversos lugares del mundo, como Egipto y Grecia, para la construcción de la que sería la catedral más importante de Oriente y más grande de la Cristiandad. Todavía hoy podemos observar en Santa Sofía los antiguos mosaicos que actúan como reminiscencias de la antigua Catedral (aquellos que no han sido ocultados) como aquel en el que aparece Constantino I ofreciendo la ciudad a la Virgen con el Niño a la vez que Justiniano I les ofrece la Catedral de Santa Sofía.
No fue hasta el año 1453 cuando la catedral fue transformada en mezquita. El Imperio Bizantino, ya agonizante, se reducía prácticamente a la ciudad de Constantinopla. Mehmed II, Sultán del Imperio Otomano, ansiaba como antes lo habían hecho muchos de sus predecesores, conquistar el último baluarte de la tradición romana. Era cuestión de tiempo, si se hace una comparación de las fuerzas, que Constantinopla cayese. Fue el 29 de mayo de 1453 cuando se produjo la catástrofe. Mehmed II entraba victorioso en la ciudad y a caballo irrumpía en Santa Sofía, mientras el último emperador, otro Constantino (XI) moría en la puerta de San Romano. La ciudad más opulenta del Mediterráneo y del mundo civilizado caía en manos de los otomanos. El fin de la era romana y el comienzo de la etapa otomana suponía un cambio profundo en el panorama religioso de la ciudad y, por tanto, también el cultural, plano en el que sufriría profundas transformaciones. La ciudad pasaba a conocerse como Estambul.
Haciendo un recorrido rápido por su historia podemos entender por qué, todavía hoy, encontramos vestigios de su pasado cristiano romano y de su antiguo esplendor, hechos que hicieron de esta ciudad ser conocida como la perla del Bósforo por su acervo cultural, histórico y artístico, como consecuencia de las enormes influencias recibidas a lo largo de los siglos debido a su posición geográfica y a los numerosos pueblos y etnias que la han habitado. Sin embargo, es una realidad que actualmente se ve amenazada debido a las políticas seguidas por el presidente turco, Erdogan, quien se encuentra sumido en un proceso de reislamización profunda de un país que, desde su constitución como república en el tratado de Lausana de 1923 firmado por el primer presidente Atatürk, había conocido un proceso fuerte de occidentalización. Un ejemplo de esto lo podemos encontrar en la reapertura de Santa Sofía al culto islámico, perdiendo su antigua condición de museo.



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