Sin juzgar las intenciones de ninguno de estos, pues solo Dios sabe lo que hay en sus corazones, lo que sí es criticable son sus actos equivocados y viciados. De la situación confusa que vive la Iglesia solo puede haber una salida: la reflexión pausada y profunda de las decisiones tomadas en y desde el Concilio Vaticano II, la vuelta a la Tradición de la Iglesia, la recuperación del tomismo como sistema de pensamiento más completo y perfecto y la toma de conciencia de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo.
El caso de las monjas de Belorado está siendo tratado desde una perspectiva algo cómica, como intentando quitar hierro a un asunto que es de una gravedad considerable. La polémica, independientemente de cómo termine, pone sobre la mesa algunas cuestiones y abre diferentes debates que deben ser abordados desde la fidelidad a la Iglesia y a su jefe visible, el Papa Francisco. Una noticia de posible cisma y excomunión siempre es una tristeza inmensa para los católicos y un momento de dificultad para toda la Iglesia que ha de ser abordado con cuidado y cautela, favoreciendo la retractación, el perdón y la reconciliación. La Iglesia solo puede ser Una, Santa, Católica y Apostólica. Hunde sus raíces en el mismo hecho fundacional de Cristo, Dios encarnado, cuando le encomienda a Pedro la dirección de su Iglesia y, desde entonces, se ha encargado de la custodia del Depósito de la Fe.
Un cisma no es más que una ruptura, es decir, un abandono, un apartarse del camino, una falta a la Verdad y a la unidad de Cristo y su Iglesia. A lo largo de la historia varios son los cismas que se han producido, así como los movimientos heréticos que han surgido en el seno de esta, desde los comienzos hasta los días más recientes. El último de los casos que ha saltado a la palestra y ha suscitado un revuelo sorpresivo (aunque, como señalaba al principio, veo como se intenta tomar todo este asunto con cierta despreocupación por parte de muchos fieles) es el de las clarisas de Belorado, las famosas chocolateras que por decisión de su superiora han decidido ponerse a las órdenes de la hermandad sedevacantista Pía Unión de San Pablo Apóstol, fundada por el falso obispo Pablo de Rojas, que fue excomulgado hace ya cinco años. Otro de los casos más recientes, aunque no consumado, es el de los obispos alemanes y su camino sinodal, emprendido desde hace años y que amenaza con otra ruptura de la Iglesia. Claro que, la naturaleza de estos posibles cismas no es la misma, ya que se ven motivados por razones diferentes. Sin embargo, todos ellos comparten una misma raíz que, a pesar de posturas contrarias (el pensamiento de la Pía Unión de San Pablo Apóstol es radicalmente opuesto al de los obispos alemanes y su sínodo) puede estar marcada por los mismos hechos.
Todo posible movimiento cismático, además de las sanciones correspondientes y, por supuesto, de la oración por los que emprenden el camino equivocado, debe dar pie a una profunda reflexión en el seno de la Iglesia y debe invitar a los obispos, cardenales y especialmente al Papa, a pensar sobre las decisiones tomadas en las últimas décadas y muchas de las consecuencias negativas que se vienen arrastrando desde las decisiones tomadas en el Concilio Vaticano II. La disminución de los fieles, el abandono y el cierre de iglesias, el descenso de las vocaciones, la apostasía generalizada y la secularización social evidente son síntomas que, si bien se conocen y perciben, en muchas ocasiones se enfrentan y se pretenden solucionar desde una perspectiva o postura equivocada. Del Concilio Vaticano II se percibe la intención equivocada de la Iglesia de querer adaptarse al mundo y a los tiempos modernos, de buscar una apertura que no puede si no conducir a una Iglesia hecha a medida para encajar correctamente en la modernidad y la época actual. Por ello, debe recuperar su conciencia de institución no temporal. De la modernización de la Iglesia impulsada por el Vaticano II y de la ruptura (aunque no absoluta, claro está) con la Tradición (especialmente en aquello concerniente a la Liturgia) se ha derivado un impulso instintivo por querer encajar en una sociedad que, paradójicamente, cada vez está más alejada de Dios. Quizá, en vez de tanto ajustarse al mundo, debería invitar al mundo a entrar en ella, ofreciéndole un mensaje de Caridad, Esperanza y un Verdad eterna a la que, por su naturaleza, todo hombre se ve inclinado.
Sin embargo, como vemos con los obispos alemanes y su camino sinodal, tanto han querido bucear en el mundo que el mundo les ha acabado absorbiendo. Y así, guiados por sus sentimientos y pasiones, han emprendido un camino que les está conduciendo al paulatino alejamiento de la Iglesia y de la Fe que esta custodia.
Pero, en el otro lado, tenemos a aquellos que, reaccionarios contra la deriva de la Iglesia, han llegado al delirante punto de negar la legitimidad de los papas y declararse abiertamente sedevacantistas desde la muerte de Pío XII, al que reconocen como el último de los pontífices, como es el ejemplo del nombre que estos días llenaba titulares y telediarios, el “obispo” Pablo de Rojas.
Sin juzgar las intenciones de ninguno de estos, pues solo Dios sabe lo que hay en sus corazones, lo que sí es criticable son sus actos equivocados y viciados. De la situación confusa que vive la Iglesia solo puede haber una salida: la reflexión pausada y profunda de las decisiones tomadas en y desde el Concilio Vaticano II, la vuelta a la Tradición de la Iglesia, la recuperación del tomismo como sistema de pensamiento más completo y perfecto y la toma de conciencia de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo.
En cuanto a las jerarquías eclesiásticas, empezando por el papa Francisco, debemos rezar para que toda esta situación les conduzca a percatarse de las irresponsabilidades cometidas en muchas ocasiones cuando sus palabras, en vez de aclarar las conciencias de los fieles ofreciéndoles una Verdad inmutable, las emborronan con ideas distorsionadas, algo dudosas y poco evidentes.
Recemos, en definitiva, por toda la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Y, como humildemente siempre pide, por el Santo Padre.
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