Cabe preguntase, ¿de dónde surge toda esa militancia obstinada de unos y otros que conduce a las personas a justificar o a ignorar intencionadamente las faltas más graves y las aberraciones más abyectas?

La situación de Oriente Medio, especialmente el conflicto palestino-israelí es tan desconocida e ignorada como utilizada y abanderada por políticos, activistas y muy especialmente por jóvenes que, sin los conocimientos mínimos de la grave situación que arrastra desde hace muchas décadas aquella zona no tan lejana del mundo cobrándose la vida de cientos de miles de inocentes que sufren, como siempre, las peores consecuencias, se lanzan a la defensa acérrima de una causa que hacen profundamente suya.  

Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad actual es el posicionamiento radical y militante del que toman partido las gentes frente a problemas y conflictos que ocupan la escena internacional. Lo vimos en la invasión rusa de Ucrania, cuando Europa y occidente en general se volcó radicalmente en defensa de Ucrania y en la condena total de Rusia, demonizando y castigando a toda una nación y sus más de cien millones de habitantes, sin conocer (ni querer conocer) la realidad de aquellas zonas cuanto menos calientes y la situación que se arrastraba desde hacía varios años, muy especialmente en el Donbás.  La población mayoritariamente prorrusa de aquella zona, después de haber declarado la independencia de dos pequeñas repúblicas, Donetsk y Lugansk, llevaba siendo masacrada varios años por tropas ucranianas. Claro que, por decir esto, podría ser uno tachado automáticamente de prorruso y atacado, pero se trata del precio a pagar por los que se niegan a aceptar un control acérrimo incluso de las opiniones cuando estas no buscan sino el intento de observar una realidad compleja en su conjunto y con cierta perspectiva. Decir que desde hacía años la población prorrusa de la zona del Donbás era aniquilada por fuego ucraniano era comprobar con estupor la ignorancia general de estos hechos e incluso, por parte de los más atrevidos, la justificación de dichas atrocidades.

Vemos como con el conflicto palestino-israelí pasa ciertamente algo parecido, con la diferencia de que la opinión está más dividida y el enfrentamiento y la tensión son mayores. Lo cierto es que de un lado y del otro se toman posiciones férreas basadas bien en el desconocimiento y por tanto en el sentimentalismo y romanticismo más rancios o bien sobra la base de convicciones ideológicas que, tristemente, conducen en ocasiones, por honestas que pretendan ser, a la deformación de la realidad y de una serie de hechos que deberían ser condenados por su naturaleza injusta independientemente de la bandera enarbolada. La conclusión que puede sacarse ante esta situación es la falta de prudencia y el fanatismo ideológico que se despiertan en una sociedad que abandera causas ajenas y desconocidas para utilizarlas como arma contra su contrincante político.

Vemos como los proisraelís son incapaces de comprender y condenar las intromisiones y violaciones constantes por parte de dicho estado contra el pueblo palestino, además de la toma de posesión a través de sus colonos de territorios no acordados y que no figuran en ningún tratado o cláusula internacional, por lo que ni siquiera así podrían justificar sus actos. Tampoco hablan, por supuesto, de la repartición de Oriente Medio tras la Gran Guerra y la caída del Imperio Otomano entre las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña y Francia, que diseñaron fronteras artificiales que no hicieron más que aumentar las tensiones y los conflictos en una tierra ya de por sí conflictiva, como bien nos explica Carlos Paz en su libro Descifrando el islam. No hablarán, menos aún, de la creación de un estado artificioso nacido de sus acomplejadas conciencias y de su interés por satisfacer las demandas de los sionistas. La humillación y frustración que desde entonces han sufrido los habitantes de estas tierras han sabido ser canalizadas, por desgracia, por un grupo que, sin medias tintas, no merece otro sobrenombre que el de terrorista, es decir, Hamás. Vendría bien recordar en este punto las palabras proféticas del mariscal Foch, héroe de guerra francés, tras conocer las medidas adoptadas por el Tratado de Versalles en contra de Alemania: “Este no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años”. Y, efectivamente, veinte años después, estallaba la Segunda Guerra Mundial como consecuencia de las pretensiones de una nación que había sido humillada y que había encontrado un líder, Adolf Hitler, que supo canalizar, aunque con consecuencias nefastas, la frustración, el odio y la inquina de todo un pueblo. Condenar a los pueblos a la vejación y a la deshonra no conduce más que a la proliferación de grupos radicalizados y fanatizados, todo ello sin olvidar que Hamás en su origen es una creación israelita para desestabilizar la franja de Gaza.

Ahora bien, de la misma manera que los proisraelís no pueden dejar de ignorar los atropellos constantes cometidos por el Estado de Israel, tampoco los propalestinos deberían ponerse de perfil ante las consecuencias tan negativas a las que puede conducir aceptar el juego de un grupo islamista y terrorista como ha demostrado ser Hamás. Resulta cómico, pero también paradigmático de nuestra sociedad, ver como los que tienden más a justificar la lucha de Hamás son aquellos que apenas dudarían unas horas si viviesen bajo su yugo.

Cabe preguntase, ¿de dónde surge toda esa militancia obstinada de unos y otros que conduce a las personas a justificar o a ignorar intencionadamente las faltas más graves y las aberraciones más abyectas?

Chesterton, con la clarividencia y sencillez que le caracterizan al abordar los temas más complejos, escribió un artículo (El caso de España) sobre la revolución de las diferentes fuerzas de izquierdas españolas en 1934 tras los resultados no esperados en las elecciones del año anterior y el triunfo de las candidaturas de derechas. Asombrado, decía, abría la prensa liberal británica (antiguo Daily News y por entonces News Chronicle) y contemplaba como los mismos que atacaban constantemente el fascismo por sus tendencias a imponer la voluntad de una minoría mediante la violencia, ahora se lamentaban de que los izquierdistas no hubiesen alcanzado sus objetivos a través de las armas. Estupefacto reconocía cómo no se trataba de condenar la violencia, sino de justificarla o ignorarla cuando se ejercía, aunque fuese deliberadamente, contra el que se consideraba como enemigo:

Me hizo ver con toda claridad la verdad fundamental del mundo moderno, que no hay fascistas, no hay socialistas, no hay liberales, no hay parlamentaristas. […] Están preparados para defender la violencia u oponerse a la violencia, para luchar por la libertad o contra la libertad, por la representación o contra la representación, hasta por la paz o en contra de la paz.

En el mundo moderno no hay más que individuos ideologizados que a través de esos esquemas de pensamiento preconcebidos deforman constantemente la realidad y la verdad para justificar sus particulares acciones independientemente de la naturaleza de estas.

Categorías: Pensamiento

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