Sacralizar la democracia puede conducirnos a la defensa delirante de un sistema que, como otros, puede ser tan nefasto como abusivo.

Si saliésemos a las calles y preguntásemos a los transeúntes por un sistema de gobierno diferente a la democracia parlamentaria implantada en todo occidente y pretendidamente, aunque con las consecuencias que todos sabemos, en otros lugares del mundo gracias a esa magnífica labor de paz y libertad llevada a cabo por la OTAN, muy probablemente obtendríamos caras de asombro y gestos de incomprensión, como si el simple cuestionamiento del modelo establecido fuese una osadía y un atrevimiento inaceptable. Ciertamente se respiran aires de cambio y una parte importante de las nuevas generaciones, los más jóvenes, comienzan a plantearse y a establecer debates en torno a la cuestión del modelo de estado, perdiendo el miedo que en las últimas décadas se ha apoderado de una sociedad que ha sucumbido a los dogmas democráticos. Pero, siendo como digo esto cierto, todavía hoy la inmensa mayoría de las personas no aceptarían siquiera plantearse estas cuestiones y profesan una fe en el sistema democrático tan torticera como inquietante. Convencidos de ser la mejor de las muchas formas de gobiernos, se ha extendido en nuestras sociedades una especie de fundamentalismo democrático que nos ha conducido a la escalofriante idea de querer expandir nuestro sistema parlamentario por todo el mundo. Y es aquí donde entra de nuevo la maravillosa OTAN que, como decía, con la fuerza de las armas, el calor de los cañones y el silbido de las balas ha extendido esos valores de libertad y democracia, acciones celebradas por las NNGG del PP y tantos otros trasnochados. Vaya por delante que, en Occidente, las democracias parlamentarias han sido el resultado de un proceso histórico muy concreto. Pretender la imposición de esta a bombazos en los países de Oriente Medio resulta una actitud cuanto menos cuestionable y, por supuesto, condenable.

Pero la democracia, tal y como la entendemos actualmente en el bloque occidental, pues bueno sería decir que no se trata de un concepto unívoco y que por tanto existen diferentes modelos democráticos (aunque les irrite a los progresistas y liberales de todo pelaje el Franquismo también concibió e implantó una democracia), tiene otras muchas consecuencias muy negativas que pueden surgir de ese fervor democrático. Acercarse a la historia puede ser un buen ejercicio para esclarecer estas cuestiones y encontrar ejemplos en los que la democracia ha sido más bien un sistema viciado y peligroso.

La Francia pre revolucionaria y el proceso de revolución vivido por el país galo a partir de 1789, destinado a cambiar la sociedad nacional y posteriormente toda la realidad europea, es uno de esos ejemplos de las tantas épocas históricas que han sido tergiversadas, mal explicadas, bien manidas y utilizadas para la defensa de unos intereses y el establecimiento de un discurso que sirve de soporte a un modelo de sociedad establecido. La Quinta República Francesa (actual), con su lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad ensalza y hunde sus raíces en un pasado más tenebroso y oscuro del que se ha querido mostrar. Serviría entonar la Marsellesa para hacernos una idea del ambiente de la Francia revolucionaria.

Una de las escenas atroces y bien conocida por todos, aunque de una manera quizá no tan acertada, es el regicidio cometido por los revolucionarios y votado, democráticamente, por la Convención. Esto, que puede chocar a buena parte de la sociedad, fue la realidad de un proceso luciferino que, ya en aquel entonces asentado en diversas mentiras, apostó por dar al voto la fuerza suficiente como para cometer el asesinato de una persona. Pero lo más terrible de todo es que, si bien la votación fue ganada por mayoría absoluta, lo cierto es que se consiguió por un voto. Por un solo voto se cortó la cabeza a un monarca que, más allá de los fallos que pudiese cometer y de su aparente incapacidad gubernativa (a pesar de su inteligencia, su cultura y su excelente formación) no fue el monarca que en ocasiones se ha planteado. Se le cortó la cabeza por ser la imagen viva del Antiguo Régimen que se quiso derrocar. Influidos por el filosofismo y todas las ideas debatidas por largo tiempo en la Francia pre revolucionaria (algo que choca con esa imagen de una Francia oscura e intolerante), los revolucionarios franceses buscaron, como indica el historiador francés Claude Quétel en su libro ¡Creer o morir!, una sustitución completa de régimen: “no se trata de reformar la tradición mediante la inoculación de la razón, sino de sustituir radicalmente la primera por la segunda”. Toda la Francia tradicional debía ser barrida para que naciese del caos una nueva Francia, basada en el racionalismo más absoluto que no condujo sino al delirio y la locura. Y ello debía pasar por cortar la cabeza al Rey, imagen visible de esa Francia tradicional. Lo más inquietante es que, como ya ha sido señalado, esa votación fue ganada por un punto. Un solo voto (no está de más recordarlo). Una de las personas que apoyaron aquel proceso y condena y que, como se entenderá, podría haber cambiado la suerte de Luis XVI, fue su propio primo, el masón Felipe de Orleans, apodado Philipe Égalité durante la revolución. Su figura, tan inquietante como el propio proceso revolucionario, será tratada en el próximo artículo.

Como hemos visto, las mayorías, aunque sean absolutas, bien pueden convertirse en una tiranía capaz de las mayores atrocidades. Sacralizar la democracia puede conducirnos a la defensa delirante de un sistema que, como otros, puede ser tan nefasto como abusivo. Pretender que la mayoría de voto legitima cualquier acción de un gobierno es justificar que la tiranía, la opresión y cualquier acción intrínsecamente mala y nociva para el bien común puede ser aceptada si cuenta con un número de votos, algo que además es arbitrario. En nuestras sociedades hemos visto estas tendencias con la crisis del Covid-19 cuando los gobiernos occidentales se lanzaron a la delirante persecución de los no vacunados, separando a los buenos de los apestados (aquellos que no tenían el pasaporte covid o que se negaban a mostrarlo), rebajando los derechos fundamentales de estos últimos y los de toda la población en general con ese proceso de ingeniería social que fue el confinamiento. Todo ello se justificaba ¡por un puñado de votos!.

Termino con una frase del escritor maldito Wenceslao Fernández Flórez:

“[…] la democracia, que no es más, según ya dije, que un sistema que desconoce todas las verdades y entrega su desenvolvimiento al sufragio de las mayorías. Quiero decir que cuando se le coloca delante cualquier problema, la democracia reúne a las masas y pide:

  • Díganme lo que piensan sobre este asunto y lo que debemos hacer, que yo voy a sentarme por detrás de una urna de cristal y a contar después, escrupulosamente, los papelitos que depositen en ella.

La democracia, por lo menos la parlamentaria, mucho tiene de esto.


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *